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viernes, 11 de febrero de 2011

La Generación Nocilla. Opinión de Antonio Guerrero


La Generación Nocilla

 Por Antonio Guerrero



En junio del 2007 fueron convocados para un encuentro literario una serie de escritores españoles con características muy peculiares. Los organizadores del evento fueron Seix Barral y la fundación José Manuel Lara. Poco tiempo después apareció un artículo en Azancot que dio fe del grupo para el mundo literario. A continuación, varios medios, hicieron eco del nacimiento de una nueva forma de literatura, emparentada con  McOndo,  que resaltaba frente a la literatura comercial. Para entonces Helena Evia y Nuria Azancot ya habían designado el nombre que los caracterizaba: Generación Nocilla.  Para investirlos con ese palabra se habían dejado llevar por la trilogía Nocilla Proyect, del autor Agustín Fernández Mayo, inspirado a su vez en una de las canciones de Siniestro Total. No obstante, aquel alumbramiento tuvo más calificativos alternativos fruto del descontento de sus miembros: Luz nueva (Vicente Luis Mora) o Afterpop (Eloy Fernández Porta). Esta última denominación, según Porta, refería mejor a aquel movimiento literario constituido como una forma nueva de estética basada en la respuesta al exceso de simbolismo proveniente de los medios que dejaba abierta las puertas para emancipación ética a través del arte.





En todo caso, desde el punto de vista actual  y más allá de debates identificativos, esta generación de autores nacidos entre 1960 y 1976 tiene muchas características comunes que la separan de otras formas de literatura: recurren con frecuencia a la meta-literatura, a la cultura pop,  al collage, a la hibridación de lenguajes. Las obras de estos escritores no tienen una estructura tradicional. Son trabajos abiertos donde no hay principio ni final. La idea de fragmentación se hace eco en ellos con caracteres esenciales. Tal inconformismo con todo lo anterior plantea el merecido diálogo sobre la necesidad huir de los géneros en manos de una nueva generación que desea, sobre todas las cosas, experimentar. Y, realmente, sus trabajos en laboratorium  han creado monstruos atractivos nunca ante erigidos.
Si es verdad que los trabajos plantean críticas políticas y sociales; pero en el panorama estético actual, en el que el pensamiento artístico se ha abierto un hueco razonable, este tipo de reflexiones son apropiadas como argumentos de sus nuevas formas. Y es que, podemos decir, que la estética en general se ha ganado el derecho a ejercer el pensamiento filosófico a través del arte. Ya se superaron, afortunadamente, las fronteras Kantianas y Hegelianas sobre lo formal. También se sobrepasaron los límites de Greenberg sobre el arte moderno (el final del arte). Y lo dijo Danto: existe un después del fin del arte. En este momento en el que las intervenciones y acciones artísticas van más allá de lo mero conceptual, plantear que exista una Generación Nocilla en literatura no es algo posible sino necesario.
El autor debe comprometerse con la innovación, además. Y tiene que hacerlo como reacción al mundo en el que vive. El contexto en el que se mueve es hostil: es un mundo post-utópico lleno de la manipulación de los medios y de una crisis completa de identidad (Lacan). El escritor, por tanto, no puede quedarse postergado solo en la decepción de lo real.  Debe hacer una crítica contra la alineación y contra las normas comerciales que coartan las emancipaciones. Le incumbe reponer las fundamentaciones y argumentos causados por la era del vacío actual. (Lipovetsky)
Plantear en nuestra situación postmoderna una nueva forma de literatura basada en el inconformismo nos beneficia a todos. También a todos aquellos que están en contra del arte actual como un arte anestésico, que nos dirige hacia una razón cínica patológica. Había necesidad de inventar algo para salir de allí. La Generación Nocilla se escapa de todas esas dormideras. Tiene su espacio propio, minorista, auténtico, original, y sobre todo deja abierta la opción a la ética. Tal como dijo Ranciere: debemos emprender un viaje ético hacia la estética.

Para finalizar -y justificar- la Generación Nocilla, citaré a algunos de los miembros de esta prole: Jorge Carrión, Ely Fernández Porta, Javier Calvo, Vicente Luis Mora, Gabi Martínez, Agustín Fernández Mallo, Mario Cuenca Sandoval, Álvaro Colomer, Germán Sierra, Lolita Bosch, y Manuel Vilas.



Antonio Guerrero es Diplomado en Relaciones Laborales. (U.H.U.) y Estudiante de  Filosofía. UNED. Almería.  

viernes, 8 de octubre de 2010

La mirada zurda. Opinión de Antonio Guerrero


La mirada zurda

 Antonio Guerrero


          Entre todos vosotros hay una persona que llevo años buscando. Tal vez está inmóvil en aquella butaca o quizás en el pasillo. Sus ojos pueden estar latentes y ocultos bajo su naturaleza siniestra. El propósito de mi insistencia no es otro que examinar su rostro para llegar a la definición de mirada zurda, su retrato. Esa es una expresión que me seduce hasta lo incalculable. Por eso necesito encontrarlo cuanto antes.

    Hace algunos años, tras conocerlo, analicé ciertos semblantes sin ninguna esperanza. Llegado el caso encontré por casualidad miradas torcidas, tal vez indirectas. No obstante cualquier consideración resultaba incompleta. Ni siquiera ese reguero de ojeadas del juego amatorio exponía una mención concluyente a través de los ojos esquivos y sensuales. Mucho menos aún me servían, de ayuda, las miradas inquisitivas que corregían, discrepaban o negaban tajantemente las actitudes de los demás.

    La mirada de Roberto Crespo —quien busco— es excepcional. Posee una característica que la distingue de las demás: ha matado a alguien. Y por mor de esa circunstancia su rostro es doblado, rasgado, necesario. La ausencia de culpabilidad le llena de una frialdad natural propia a la de un animal de la tundra. Esa mirada de pómulos contraídos y ceja elevada sitúa al ojo en lugar exacto del disimulo, pero también en la disposición adecuada para la dominación instintiva. Entonces la cara desfigurada se inclina un tanto hacia la derecha. El ojo mira hacia la izquierda y encuentra un ángulo torcido hacia el suelo para encubrirse. En ese instante nadie podría decir dónde mira en realidad.

El día que mató a aquella chica extrajo por primera vez esa mirada zurda. La creó de manera espontánea. Pero para llegar a ella ocurrieron una serie de circunstancias interesantes. En primer lugar estaba enervado, nervioso, puede que estresado por el trabajo pro-sistema del que vivía. Era tarde, había caído la noche. El parking de la ciudad estaba oscuro y aquella mujer tenía una inapropiada prisa. Para cuando rozaron los dos coches, Roberto salió rápidamente y la increpó. Sin darse cuenta el ser humano que llevaba dentro encontró, en aquella excusa, un motivo para salir. La asedió hasta la necedad cuando empezó el forcejeo. Luego supo empujarla hacia el suelo. Derribada, Ana, comenzó a llorar. Aquel llanto llamativo preocupó a Roberto. Tenía que abalanzarse sobre ella y derrotar del todo a aquel rival de la jungla que había pretendido robar su pedazo de tierra para aparcar el vehículo. La mató. Terminó con su vida y se quedó observándola unos segundos. Luego desapareció con un tufillo zurdo e inextinguible en su rostro desfigurado.

Creo que para realizar un acto de este calibre y crear una mirada como esta, Roberto debía ser un producto agresivo de esta sociedad de personas distintas. Podemos decir, quizás, un individualista atrapado en el tiempo. Estaría tan alejado de los demás que ya no concebía nada en común con ninguna persona. Es posible que entonces se sintiera solo. La soledad de no pertenecer a ninguna masa le habría hecho insociable hasta tal punto de devolverlo a lo básico. ¿Hasta eso hemos llegado?

Si está ahí, si por casualidad está entre vosotros, me gustaría decirle que necesito verlo cuanto antes. Tengo que mirarlo en el espejo y confesarle que —en realidad— Roberto Crespo soy yo; que añoro poder ver mi rostro en el cristal, porque hace mucho tiempo que lo evito. Sólo así podré volver la realidad de la que estoy ausente. Busco mi rostro perdido hace tiempo porque, a pesar de todo, sin él no soy más que una sombra. En cierta forma pertenezco tanto a la mirada zurda como ella a mí. De alguna manera esa es mi naturaleza. Soy un criminal. Mis ojos zurdos se han convertido en un estado obsesivo de autodefinición. Y eso me llena de incertidumbre.

Antonio Guerrero es Diplomado en Relaciones Laborales. (U.H.U.) y Estudiante de  Filosofía. UNED. Almería.