sábado, 26 de junio de 2010

UN PENSAMIENTO DE MADRUGADA. Opinión de Juan Pomponio Castiglione

UN PENSAMIENTO DE MADRUGADA




La ENVIDIA es un veneno letal que corroe la sangre, quema las arterias y pudre el alma. Esta lamentación surge de una reacción simple y primitiva de la mente: la COMPARACIÓN: "Él escribe mejor que yo", "Ella tiene una mejor casa", "Su mujer es más hermosa", "Mi hermano tiene más dinero", y miles de confrontaciones. Algunos pretenden taparla o justificarla agregando un toque de moralidad a sus dichos: "Como envidio tu auto… pero sanamente". Es lo más normal y se oye todos los días en la calle, entre familiares, a través de la televisión, por la radio, es algo cotidiano que transcurre con la misma vida.
La ENVIDIA es una enfermedad lacerante. Nunca puede ser sana. Uno podría llegar a creer que sí lo es, pero se confunde. ¡Siempre será envidia aunque quieran disfrazarla! Quienes la padecen, sufren, son infelices, están afectados y descentrados, mirando hacia afuera de su naturaleza. Les duele tanto que no pueden soportar el éxito de los demás. La sociedad se olvida de una regla dorada: EL OTRO SOY YO. Todos somos UNO. No estamos separados. Entonces en lugar de ADMIRAR a los demás, comenzamos a envidiar y de allí surgen toda clase de angustias espirituales que luego pueden trasladarse al plano físico y enfermar a la persona, por ejemplo la conocida “mala sangre”. Está comprobado el daño que provocan las emociones negativas y oscuras en nuestro organismo. A la inmensa mayoría les encanta ser "envidiados", eso les da poder y hace que se sienten personas importantes. Muchos ostentan con el propósito de hacer sufrir a los demás. Ambas personalidades padecen de otra enfermedad compuesta por tres letras llamada: Ego. Aquí surge el principal inconveniente en nuestra sociedad que está dirigida por una Egocracia.
Cuando comprendamos la falsedad de todas las ilusiones impuestas por la dictadura del ego, caerán todas las máscaras sociales y el mundo del ser humano comenzará a transitar por un camino de sabiduría hacia una realidad de mayor crecimiento interior como seres sociales. Podremos comprender la inutilidad de mantener la rigidez de posturas ajenas a nosotros mismos.  
Admiremos al prójimo. Admiremos al que pinta, admiremos a otros poetas, otros artistas, al vecino, al amigo, ADMIREMOS y dejemos de COMPARARNOS comprendiendo que cada ser es único en el Universo de la creación. Nadie es inferior, nadie es superior. Sólo sucede si caemos en la COMPARACIÓN. La felicidad no se pasea en un Rolls Royce, ni teniendo una mansión repleta de lingotes de oro. La felicidad radica en el simple acto de llenarnos de gozo por sentirnos vivos y poder disfrutar de la vida
a cada instante, sea cual sea nuestra condición. 


          Sigamos nuestros propios caminos sin tiempos ni estructuras, sólo como verdaderos guerreros y guerreras de una existencia individual.



Juan Pomponio Castiglione es escritor y poeta. Apenas un hombre que camina la vida con una alforja de metáforas.

jueves, 24 de junio de 2010

La generación sublime. No hay estética sin ética. Opinión de Bruno Jordán

La generación sublime. No hay estética sin ética

 Bruno Jordán es escritor y periodista.
       Abochornado más que desilusionado leí –y vi- el reportaje sobre jóvenes poetas actuales que previamente me había anunciado una de las reportadas que publicaría El País Semanal el pasado 13 de junio. Ante el espectáculo presentado y contemplado, sentí el impulso de escribir y publicar algo aquí que me distanciase diametralmente de todo aquello pero pronto lo frenó la probabilidad de que –de hacerlo- acaso posicionaría involuntaria e indirectamente a este periódico que coordino y a la revista Poe +. Ambas publicaciones se posicionan, claro está, pero lo hacen por la vía de los hechos, de sus contenidos y formatos.
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Ahora me brinda Jesús Belotto -de forma inesperada y gratificante- un Pisuerga que me conduce acogedoramente hasta donde quería llegar, a Valladolid. No solo porque coincido del todo con lo que dice y cómo lo dice; también porque me abre la puerta para expresar una reflexión que vengo madurando desde hace ya tiempo y que, en mi opinión, subyace como fondo real de lo acontecido: la ética de la estética.
Se cuenta –y a fe que debe ser verdad- que cuando Franco expulsó a Aranguren de su cátedra de Ética en Madrid, José María Valverde dimitió solidariamente de la suya de Estética en Barcelona con una carta al Caudillo en la que le decía escuetamente Mi general: no hay Estética sin Ética.
Y es eso. Ambas vertientes tienen que armonizar en las creaciones “artísticas”; “po-éticas”, en este caso. Hay quien ha pensado que el reportaje “armoniza” con bastante precisión las concepciones de los reportados sobre ambos aspectos. De ser así, creo que voy seguir intentando estar en sus antípodas.
El reportaje “ilustra” certeramente el terreno, digamos “clásico”, donde se ha venido moviendo ancestralmente “la poesía”. Uno de los peores papeles que ha desempeñado es el de servir de forma de expresión pretendidamente excelsa para las clases más cultas, poco accesible para quienes no podían conseguir esa cultura. Una manifestación de la segregación social que, retro-alimentariamente, la perpetuaba. Poetas excelsos excelsamente ataviados y retratados en bucólico ambiente (y eso que son claramente urbanos los poemas y se autoreconocen los poetas, me apuntaron) que prontamente se prestan sin más -bueno, sí, con su beneficio y su narcisismo incrementados- a ser fagocitados  funcionalmente por la supuesta estética sin ética (esto último, nada supuesto) que practican también funcionalmente los mass media para “la sociedad”. Me sorprende realmente que los poetas “report(r)ajeados” no repararan siquiera en el hecho de que alguna de las prendas que lucían podía haber sido fabricada realmente por una niña filipina o un niño pakistaní.

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“La sociedad es burda”, define Lorenzo Plana, “es grosera”, matiza con elegancia sublime Antonio Lucas. ¿La “sociedad”? ¿El “sistema”? ¿El “poder”? El orden bajo el que vivimos social, económica y mentalmente. Finura entomológica para los adjetivos, confusas abstracciones para los sustantivos. Dejaremos así que lo poético siga siendo acaso estéticamente calificativo, pero escasamente sustancial.


Como buenos poetas “con oficio” –queda mal eso de llamarle profesión- evidencian una nítida vocación generacional. “Por primera vez no hemos sentido necesidad de matar al padre (la poesía de la experiencia) o reivindicar al abuelo (los novísimos)”, manifiesta Javier Rodríguez Marcos. Está claro: si “alguienes” tienen padres y abuelos ergo… son una nueva generación. ¿Sutil silogismo? No, burdo, grosero...


             Una afición "Generacional" (dios, ¡qué inclinaciones a encasillar y simplificarlo –lo contrario de hacerlo sencillo en este caso-  todo!) que incluso podía haber seguido con otro burdo, grosero, silogismo: si Machado, Lorca o M. Hernández pertenecieron a "la generación del 27", si Ángel González o Gil de Biedma pertenecieron a "la generación de los 50", si Luis García Montero pertenece a la generación de la poesía de la experiencia, si yo pertenezco a otra generación... ergo... ¡soy equiparable a ellos! 


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Con el reportaje se ha dejado bien alto el Panteón poético. Me apuntan también, a este propósito, que el Edén es la huida, el símbolo de haber sucumbido, representa la derrota sin paliativos; pero no, esta vez no; el Edén sigue siendo la morada a la que es condenada por la mayoría -el propio reportaje es muy ilustrativo y protagonista en esto- a los poemas, al "arte", a la cultura. Incluso al saber. Es la morada de los sublimes.




Bruno Jordán es escritor, poeta y periodista, amén de otras muchas cosas (de la mayoría de ellas, incluídas las anteriores, solo pretende ser).

sábado, 19 de junio de 2010

JOVEN POESÍA HILFIGER. Opinión de Jesús Belotto

 JOVEN POESÍA HILFIGER
  
Por Jesús Belotto
(Fotografía de Tania Goltara).


E

 l sábado 13 de junio, un amigo me envía un reportaje sobre la joven poesía española actual, publicado en El País Semanal bajo el título Poetas de aquí y ahora  y rubricado por Jesús Ruiz Mantilla. Acompañan al artículo poemas y vídeos en los que los poetas leen. También hay unas fotos en las que los poetas posan en un paisaje bucólico, caracterizados como para un remake de «La casa de la pradera». Leo el artículo y los poemas. Veo varios vídeos. No me detengo demasiado en las fotos.

Fotografía de Juan Aldabaldetrecu

Jusqu’ici, tout va bien. Unos días más tarde, una amiga me urge a que lea el pie de una de las fotos. Leo:
                                                                                                             
«De izquierda a derecha, aparecen Martín López-Vega junto a Antonio Lucas (camisa y americana de L’Habilleur y pantalón By Basi), Javier Rodríguez Marcos (camisa de Armand Basi y pantalón By Basi), Elena Medel (vestido azul Tsumoda, pantalón de Tommy Hilfiger y sombrero de L’Habilleur) y Lorenzo Plana (camisa de lino lila de Hartford, tejano de Lacoste y fular de L’Habilleur)».

Vuelvo al texto: según Ruiz Mantilla, estos poetas contemporáneos «han decidido aliarse con varias tradiciones y salvar la poesía como oficio de excelencia. Tal vez porque el mundo en el que viven merece serios correctivos». Para ilustrar esta afirmación, cita a los propios poetas: «La sociedad es burda», «es grosera», afirman Lorenzo Plana y Antonio Lucas respectivamente, «camisa de lino lila de Hartford, tejano de Lacoste y fular de L’Habilleur» y «camisa y americana de L’Habilleur y pantalón By Basi» respectivamente.

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          Fotografías de Juan Aldabaldetrecu

             Viéndoles posar, pienso que esa «grosería» de «la sociedad» de la que hablan no debe de guardar relación alguna con su insultante superficialidad (su de la sociedad), y que dichos «serios correctivos» van a pasar probablemente por alto a un par de esas multinacionales que supeditan todo cuanto abarca «el mundo en el que viven» a la economía de mercado. Y me acabo preguntando qué quería decir exactamente Pessoa, «o poeta è um fingidor», y si lo habrán interpretado bien los poetas del reportaje.

Jesús Belotto es traductor, doctorando en traducción literaria por la Universidad de Alicante.

jueves, 10 de junio de 2010

La instrumentalización de la estética como arma arrojadiza. Opinión de Ester Astudillo a propósito del libro "Devenir perra", de Itziar Ziga

La instrumentalización de la estética como arma arrojadiza

Reseña de Devenir perra (Barcelona: Melusina, 2009), de Itziar Ziga 

Por Ester Astudillo 
9 de Junio de 2010


Q
uienes nos autodenominamos ‘feministas’ –ergo ‘de izquierdas’, o ‘progresistas’, aunque estos términos estén cada vez más denostados y vaciados de un significado puramente denotativo–, feministas digo sin especificar género, que de ambos -¿ambos?- géneros l@s hay; quienes nos cualificamos de tal, si además acarreamos un bagaje formativo-profesional llamémosle ‘académico’, hemos querido creer en una cierta linealidad del devenir histórico y social, sin duda atribuible a la visión historicista  del marxismo imperante. El advenimiento del feminismo era pues inevitable –y era, además, razonable, entendido como justo, tanto como lo era para los marxistas la dictadura del proletariado. Sin embargo, la realidad y el paso de los años han acabado imponiéndose y demostrando que, fueran o no inevitables, ni uno ni otro eran en modo alguno ni en ningún caso definitivos, no ponían un punto final a la historia, ni en los términos que postuló Marx en el s. XIX, ni en los de Fukuyama en el s. XX.
El libro de Itzíar Ziga, entre otros muchos alegatos, viene a reírse de la caricatura del intelectual –por favor, léaseme el masculino como un genérico, no querría infestar este texto con barras -o/-a–  del intelectual de izquierdas tópico y más al uso, o intelectual de despacho: serio, sesudo, articulado, erudito, infaliblemente coherente, pagado de sí mismo, verbalmente crítico con el sistema pero de facto integrado en sus estructuras de poder, acomodado –por no decir aburguesado. Los ideólogos del feminismo que han hecho Historia –con mayúsculas deliberadas– se incluyen sin ninguna duda en ese grupo. Ha habido desde los inicios de la modernidad una clara división del trabajo: el terreno de las ideas, para los intelectuales; el del activismo, para los políticos… y a partir del ocaso del s. XX yo añadiría que cada vez más para... los performers.
Pulsa en la imagen para leer mejor el texto de de la contraportada del libro
Los intelectuales progresistas pretendían cambiar el mundo desde fuera, buscando un paradigma alternativo, invalidando las estructuras de poder y sus mecanismos de autoperpetuación; los performers, entre los cuales espero no errar en demasía si incluyo a Ziga, pretenden cambiar el sistema y los circuitos interpretativos desde dentro: no invalidando los procesos sino subvirtiendo su interpretación –y excuse el lector mi sesudo análisis, que me asigna sin apelación posible a uno de los dos grupos aquí descritos–: si no podemos sustituir un juego por otro… cambiemos al menos sus reglas, parecen gritar.
Este nuevo estilo de lucha guerrillera lleva ya décadas dejándose notar, y el rasgo común primordial en los diversos ‘movimientos’ que se han ido sucediendo en dicha guerrilla es una desviación del peso del discurso desde la ética en favor de la estética –espero no ofender a nadie ni parecer excesivamente banal. En definitiva, ha habido y hay cada vez más un desplazamiento de la lucha por el cambio –o la revolución y contra la base misma del sistema desde el terreno de las ideas, en beneficio de la lucha de facto contra los mecanismos semióticos de interpretación de los sucesos que genera el sistema.
Desde mayo del ’68 no han cesado –aunque las bases se sentaran antes con Andy Warhol y la subsiguiente y a mi parecer bien llamada banalización e industrialización del arte– los movimientos contra-culturales que, fagocitados y reinterpretados por el sistema, no acaban siendo otra cosa sino modas: las flores, el hippismo, Californian surfing style, punks, grunge, sinister, dark, emo…  La lucha contra el sistema ha dejado de ser un terreno reservado a los intelectuales, la elite que tiene –¿detenta? – la información y por tanto capaz de generar análisis comparativos y exhaustivos de verdad, argumentados, serios; la lucha progresista en los últimos 50 años, como el resto de sucesos sociales, arte incluido, se ha masificado y frivolizado, y hoy se reduce a la visibilización de la disconformidad propia con el ‘sistema’. Toda la pulsión generada por el malestar propio se concentra en la lucha del individuo contra la estética predominante o hegemónica, por usar un término connotado. Aunque todos los movimientos, para merecer tal epíteto, requieren de una cierta masa crítica, es decir, exigen la adhesión de individuos con determinadas características comunes al grupo, y una cierta solidaridad grupal.
El libro de Ziga a mi parecer encuadra perfectamente dentro de esta tipología de luchas anti-sistema: el solo título, apropiándose de ese tradicionalmente insultante perra, muestra su énfasis en la necesidad de una deconstrucción semántica del lenguaje y de los sucesos sociales más que en la necesidad de la abolición de dichos sucesos. Así, apela a la necesidad de desvirtuar el significado de puta, perra, haciendo de la etiqueta algo deseable en lugar de insultante o degradante.
El feminismo serio o intelectual pasó una etapa cierta en que preconizó la androginia (Simone de Beauvoir, El segundo sexo) como necesaria y deseable, ni siquiera como mal menor, sino como condición para acabar con la secular sumisión de lo femenino a lo masculino: se construyó como algo deseable la no-diferenciación morfológica; se construyeron como algo condenado a desaparecer las muestras nucleares de lo tradicionalmente femenino para todo el que pretendiera defender la causa de la igualdad sexual. Las modas unisexmodas al fin y al cabo– de los setenta son un buen ejemplo de ello.
En las últimas décadas en el feminismo serio ha habido un deslizamiento también en ese sentido, se ha repensado lo femenino desde una óptica de igualdad legal haciendo énfasis en la necesaria salvaguarda de las diferencias morfológicas y demás diferencias asociadas: la causa de la igualdad sexual no pasa ya por la uniformización sino por la equiparación de derechos manteniendo y visibilizando las diferencias inter-género, otorgándoles un cierto valor añadido y progresivamente en auge (Helen Fisher, El primer sexo, Taurus 1999).
El feminismo de Ziga va más allá, oponiéndose frontalmente al feminismo intelectual y reivindicando el activismo frívolo (performance), que se mofa del paradigma de lucha política intelectual, argumentativa, cohesionada, coherente y explicativa, en definitiva, moderna: aboga por una apropiación, desde un novísimo feminismo, de los símbolos nucleares de la feminidad para defender la hiperfeminidad formal y el eclecticismo estético con un significado... subvertido. Defiende la construcción de la feminidad a partir de la reinterpretación de la formas tradicionales (el color rosa, las faldas, el maquillaje, los ornamentos, las joyas), con un resultado final posmoderno: la deconstrucción de las fronteras de género, la abolición de la oposición tradicional masculino-femenino, y la disociación de lo masculino y femenino, respectivamente, respecto de la dotación cromosómica y la genitalidad: el sexo, o género, como prefieren llamarlo l@s nuev@s feministas, es autoconstruido y autoasignado, e independiente del signo de los genitales –que al final y al cabo, siempre son mutilables/reconstruibles. El género así se reduce casi más a una actitud o una pose que a ninguna otra cosa.
Este novísimo feminismo es cada vez menos político y ciertamente más estético, desvinculado de la lucha política progresista global que busca –tal vez mejor en pretérito, buscaba– un cambio radical en el sistema y un mejoramiento de las condiciones de vida extensible a todos. El feminismo de guerrilla apunta sólo a la superficie y se ha convertido en un fin en sí mismo, reducido a lo que yo llamo espectáculo de provocación, o a la espectacularización del sexo. No deja de sorprenderme el tufillo algo más que anecdótico a cierta heterofobia en este nuevo discurso que aboga por la hiperfeminidad con una finalidad invertida. No son una ni dos ni tres las activistas de este nuevo feminismo que refieren experiencias traumáticas tempranas con hombres, generalmente con la figura del padre. Pero no voy a hacer de este dato el centro de mi crítica, que, siguiendo la tradición de la modernidad, pretende ser intelectual, coherente y explicativa.
Una de las características que me solivianta de esta corriente es el aparcelamiento a que se ha visto sometido el pensamiento progresista o tradicionalmente de izquierdas: divide y vencerás, parecen frotarse las manos los derechistas de toda la vida. La izquierda cuarteada, como en la guerra civil, cada uno con su batalla personal: feminismo por un lado, anti-racismo por otro, nacionalismo por allá... Aun así, este dato es también anecdótico, de naturaleza poco más que pragmática, de forma que tampoco responde al núcleo de la mi postura crítica.
Mi principal argumento, el de más peso –al menos en cuanto a ideario– es el esteticismo que impregna todo el edificio sobre el que se construye este nuevo feminismo. Hay una preocupación a mi parecer excesiva por lo que se muestra más que por lo que se es, o mejor, se pretende hacer de lo que se muestra y de la interpretación que un tercero haga de ello el núcleo del discurso feminista. Es una especie de exhibicionismo incontestable, acompañado de una constante apelación a la subversión del significado de lo que se muestra. Pero es precisamente este necesario recurrir a la imagen, esta abogacía a una connivencia cómplice entre quien provoca y quien interpretarectamente o no, y léase rectamente como más apetezca- el objeto principal de mi crítica. Porque, en el fondo, tan deconstruible es un sistema de interpretación semiótica –el tradicional– como otro –el posmoderno.
Este nuevo feminismo no parece preocuparse de otra cosa más que de la simbología de lo femenino, bien para reafirmarse un@ mismo@ en su etiqueta sexual autoasignada, bien para mostrar y hacer explícita a un tercero dicha etiqueta: parece que su principal preocupación fuera conseguir autodefinirse como mujer, pero como una mujer nueva, que rompe con todos los tópicos tradicionalmente asociados a la feminidad, a quien no se le caen los anillos por yuxtaponer, por ejemplo, engarces de oro con atavío putero. Y eso sería bueno si no fuera la forma y el fondo del pretendido mensaje liberador, si no redujera todo lo que tiene de revolucionario a un ataque a la superficie de lo que significa ser mujer.
Hay en este discurso una increíble proliferación de epítetos: mariconas, transexuales, bolleras, camioneros... De nuevo, y ya de paso, divide y vencerás... Porque esta batalla que las nuevas feministas presentan como alternativa es en realidad una lucha estéril, al menos políticamente estéril, porque sólo hace de las formas su objeto de crítica, no ataca la raíz del problema, el fondo. Para la inmensa mayoría de mujeres, se autoasignen la etiqueta de género que se autoasignen, la problematicidad de su condición de mujer no tiene nada que ver con si prefieren las parejas a los tríos (o viceversa), si les ponen más las mujeres o los hombres, si les gusta más la penetración vaginal o la anal, si sus orgasmos son clitoridianos o vaginales, sin son o no multiorgásmicas, o si a lo largo de su vida han tenido tres parejas sexuales o varias centenas.
Encarar la lucha sexual así es un error, es casi subversivo, y les hace un flaco favor a las mujeres del futuro, porque es reduccionista, esteticista y epidérmica. A mi entender es perverso reducir lo que se ha entendido y se entiende extensamente por feminismo a eso. Aunque, claro está, para Ziga y sus perras yo no soy más que una de las integrantes del grupo de feministas moralistas, unas estrechas que hemos renunciado al hedonismo de pasarlo bien y del todo vale. Este nuevo feminismo no es, desde mi punto de vista, sino una caricatura del feminismo secular, y el modelo de mujer que propugnan no es otra cosa que, así mismo, caricaturesco.

Ester Astudillo es filóloga, lingüista, traductora y poeta (además de lectora voraz de los más variopintos textos).

miércoles, 9 de junio de 2010

La Ciudad en el Viaje del Mirar. Opinión de Almandrade

La Ciudad en el Viaje del Mirar
 
Por Almandrade
 
     Las ciudades son tristes cuando una curiosidad, una presencia, o un lugar no acalla la soledad de quien vive en la abstacción de la vida cotidiana. Nada tiene sentido. La falta siempre remite a una especie de desierto que desorienta al viajante solitario de su propio espacio. -¿Será que las ciudades deberían ser habitadas por las imágenes que deseamos y por las imágenes poéticas? "Mas el deseo, la poesía, la risa hacen necesariamente deslizar la vida en el sentido contrario, yendo de lo conocido a lo desconocido" (Bataille)-. Enfrentar lo desconocido es una tarea difícil para el hombre, principalmente cuandovive en ciudades hostiles al mundo del conocimiento.

La publicidad hace la imagen de la ciudad, como si la naturaleza fuera una imitación de alguna otra naturaleza. La arquitectura no es más arquitectura, es imagen out-door. La fiesta hace el paraíso urbano y una música mediocre anuncia el Carnaval, esta intervención autoritaria que desapropia la vida de la ciudad, para aquellos que no tienen el derecho a opinar contra la fiesta.

La ciudad es una multitud que cambia de imagen siguiendo la moda. Pero tiene la imagen que permanece en la memoria, como objeto de pasión para el apasionado. Pensé en Walter Benjamin y el "Diario de Moscú": El mirar apasionado de un filósofo sobre una ciudad: "En aquella mañana me sentí con energía y, por eso, conseguí hablar de manera suscinta y calma sobre mi permanencia en Moscú y sobre sus perspectivas inmesamente reducidas". Una relación de pasión compartida con el conocimiento de las imágenes percibidas de una ciudad. Desde la ventana, contemplé la calle como un voyeur de ciudad. El tránsito, la publicidad, la multitud, el centro histórico. Los monumentos y la arquitectura eran objetos para las cámaras fotográficas de turistas, como escenarios sin fecha. Sin la imaginación el pasado es una imagen estancada, un efecto especial de lo cotidiano, donde todo es repetitivo. La historia, en este caso, no pasa de una mercadería para un mirar carente de anhelo cultural. "La era fastuosa de la imagen y de los astros y de las estrellas está reducida a algunos efectos de ciclones y terremotos artificiales, de falsas arquitecturas y de trucos infantiles con que las multitudes fingen dejarse engañar para no sufrir una decepción amarga por demás" (Baudrillard).

Por otro lado, la singularidad de un espacio, de un monumento o de una arquitectura fascina al viajante. Es como las imágenes poéticas que provocan el deseo de mirar y de vivir un estado de deslumbramiento. Mas las imágenes no son totalmente transparentes sino que se revelan ante cualquiera que mire sin reflexión: ellas provocan la imaginación y exigen un mirar atento, con un repertorio de referencias. Esto es, una sensibilidad capaz de percibir en las imágenes sus historias y sus verdades, para llegar a ser una sensibilidad marcada por la pasión de una imagen.

Traducción del portugués: Iris Pérez Ulloa

Almandrade es artista plástico, poeta y arquitecto brasileño (Salvador, Baía).